La sierra de Madrid y sus leyendas

Las leyendas de la sierra son  historias que se cuentan  y perduran en el tiempo sin saber si son reales o no pero presentes en la sierra


 Una leyenda de la sierra de Madrid ya conocida por muchos la de La Mujer Muerta.

Hace muchísimos años, vivía en estas tierras un gran rey era viudo y con una sola hija a la que amaba. El viejo rey esperaba con espanto el día en que un príncipe de su rango pudiera pedir su mano y llevársela para siempre.
Un día, cuando la princesita jugaba con sus doncellas en las estribaciones de aquellos montes, se presentó de repente entre ellas un extranjero que parecía haber llegado por los aires. Junto a él, un hombretón fornido y cejijunto parecía servirle y protegerlo a la vez: era Hércules, que venía a construir la ciudad de Segovia.
 La  princesita, serena y firme, se quedó quieta... y sonrió. Los soldados del rey acudieron en su ayuda  pero Hércules con su gran fuerza los rechazo y doncellas y guardias huyeron hacia el poblado para advertir al monarca.
El viejo soberano pareció recibir la noticia con benevolencia. Hospedó al extranjero en su corte, y hasta pareció acceder cuando, días más tarde, el joven le pidió la mano de su hija.
Pero una mañana, cuando el forastero y Hércules partieron para fundar Segovia, el rey mandó llamar a la princesa, y partió con ella a caballo hacia la serranía. Al anochecer, el rey volvió solo a palacio. En el poblado, todo era barullo y alegría. Se preparaba la marcha de los extranjeros y se celebraban al mismo tiempo los esponsales de la princesa. El rey cruzó sombrío por la fiesta y se aisló en el fondo de su palacio. Pasaron las horas. El príncipe no podía contener su impaciencia. Nadie le daba razón de la princesa. Montó, pues, a caballo y galopó hacia el bosque, hacia aquella praderita, donde por vez primera vio a la princesa entre sus juegos.
 Cruzó el llano, y en la ladera del monte, al salir a un claro, divisó de repente, tendida en medio de la pradera, una forma suave y blanca con las manos cruzadas sobre el pecho. Era la princesa, muerta. La leyenda cuenta que el príncipe mandó entonces a Hércules que tallara en aquellos mismos montes el cuerpo de la joven. Vista desde Segovia, una parte de la sierra tiene, en efecto, la forma de una figura de mujer tendida y yerta, con las dos manos enlazadas sobre el pecho. Dicen que el príncipe desapareció por los aires y que desde entonces, convertido en nube, viene de cuando en cuando a la sierra, a contemplar a su amor...
Son esas nubes que se quedan prendidas como jirones, insistentemente, en la frente de la Mujer Muerta.
  





  Leyenda de Braojos

Aquí en Braojos tenemos una leyenda  que habla de una aparición Mariana y que en la capilla de nuestra iglesia tiene una pintura representativa. Un acaudalado vecino de la aldea viajaba desde Segovia de vuelta a casa cuando al cruzar el puerto de Arcones se vio sorprendido por un temporal de nieve que bloqueó su paso. Tras varios días de aguantar las bajas temperaturas sin poder avanzar, ni retroceder, por la situación del camino, pensando que su fin estaba próximo, se encomendó a la Virgen y le rezó un Ave María.  Al instante se iluminó el lugar y vio marcado un nuevo camino por el que podía atravesar la zona bloqueada por la nieve.
 Al llegar a Braojos y contar el hecho, todos los vecinos hablaron del “buen suceso”, y como el viajero se había encomendado a la Virgen, se consideró a la Virgen del Buen Suceso como protectora del pueblo, y de ahí que posteriormente fuese nombrada su patrona.
Una leyenda mariana como otras muchas que vamos a encontrar en la Comunidad de Madrid.



   



 Hayedo de Montejo


 Esta es una leyenda más mágica y de cuento de hadas.
Érase una vez  un bosque llamado El Chaparral, los leñadores y vecinos  de Montejo que solían adentrarse entre la vegetación, decían que en el bosque no solo vivían animales y aves, también lo habitaban otros seres  mágicos.
 Duendes, elfos, trasgos y hadas. Al parecer eran amigables y bastante traviesos se divertían con los humanos que se adentraban por el bosque. Les sorprendían con sus cánticos o incluso les ‘escondían’ algún objeto que luego los lugareños se afanaban en buscar. Estos seres mágicos del bosque a  menudo engatusaban al visitante con dulces cánticos que la gente seguía. Les llevaban así hasta sus guaridas, y una vez allí les encantaban y convertían en animales como petirrojos o lagartijas. De esta forma a lo largo del tiempo el bosque fue teniendo cada vez más y más animales.

          



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